lunes, 18 de mayo de 2009

Fiesta Brava


De acuerdo al libro de Gilpérez, antes de entrar en la arena, el toro ha sido sometido en el toril a una espantosa mazmora- a horribles malos tratos y vejaciones, como la de recortarle los cuernos, hacerle padecer el peso de enormes sacos de arena durante horas, y en ocasiones golpearlo en forma continua, etc. A veces se les administran cantidades masivas de sulfatos (sales de epson) en el agua para inducir diarrea severa, dolores intestinales y agotamiento en el ruedo. El veterinario en jefe de la plaza de Las Ventas en Madrid reveló que los toros reciben hasta 25 kg de sulfatos, cuando tan sólo 4 ó 5 kilogramos serían una dosis masiva brutal. Este veterinario también descubrió que los toros son sedados en ocasiones, usando Combilín, un fármaco hipnótico y tranquilizante; a esto hay que añadir los malos tratos que siguen, para entender por que el toro llega al ruedo en un estado de completo desorden. Sus cuernos son mutilados, con un doble fin: causarle dolor y disminuirlo, y también hacerlo perder la referencia de distancias y que sus cornadas sean poco certeras. Al final de esa tortura prolongada, sus pies son bañados con thinner para que no pueda quedarse quieto; sus ojos recubiertos de vaselina para que disminuya su ya muy deficiente visión. Luego lo golpean con instrumentos punzantes e hirientes para obligarlo a entrar en el ruedo.

El pobre animal, despavorido, trata de huir, sin saber que es una trampa para martirizarlo y, encima, burlarse de él.

Empiezan las faenas. Para debilitarlo y desangrarlo, amén de impedir que levante la cabeza, se lo somete a tres picas. A veces no basta. El toro Almendrito fue sometido a 43 picas en 1876. Cuando excepcionalmente un toro no está medio muerto tras la segunda o tercera pica, se le infligen picas adicionales hasta que ha perdido casi toda su vitalidad y comienza a desfallecer.

La pica es, por disposición legal, de acero cortante y afilado, y está rematada por un arpón de 10 cm, seguido por una cruceta o varias; la cruceta es un disco que casi siempre penetra profundamente en el cuerpo del animal; el picador, con pericia, abre en el toro un boquete enorme, que en promedio alcanza 40 centímetros de profundidad, girando con saña su instrumento de tortura, y va perforando y despedazando los órganos internos del animal. La hemorragia así causada provoca un torrente de sangre, que se vierte abundantemente no sólo a través de las heridas externas, sino casi siempre también por la boca.

Los encargados de dar muerte al toro, que siempre niegan la crueldad de su espectáculo, aceptan sin embargo que los puyazos deterioran excesivamente las zonas musculares y provocan sangrías inaceptables. Los técnicos del toreo coinciden en que un solo puyazo destroza al toro, y prefieren que dicho destrozo sea efectuado en tres tiempos "para mayor goce de la afición." Cuando los veterinarios y ganaderos solicitan que disminuya el tamaño de las puyas, lo hacen para desviar la atención, pues ya mencionamos que la actual puya tiene una longitud de 10 centímetros hasta la cruceta, y sin embargo causan boquetes de hasta cuarenta centimetros a base de empujar; girar y profundizar.

En ocasiones, el toro escapa a las picas, y entonces, de manera discreta, es llevado de nuevo al interior de los chiqueros, donde se le apuñala y golpea sin piedad antes de volver al ruedo.

Luego vienen las banderillas, también de acero cortante y punzante. Algunas banderillas tienen un arpón de 8 cm, y se les llama de castigo, a las cuales es sometido el toro cuando ha logrado zafarse de una de las picas; las otras son un poco menos largas. Los garfios o arpones hincados profundamente por los banderilleros en el cuerpo del toro causan un gran dolor con cada movimiento del animal, porque giran y se voltean, prolongando hasta el último minuto de su vida el desgarre y ahondamiento de las profundas heridas internas. No hay límite al número de banderillazos: tantos como sean necesarios para dejar al toro medio muerto.

Cuando el toro alcanza este estado lastimero, el matador entra en el ruedo en una celebración de bravura y machismo a enfrentarse a su acérrimo enemigo: un toro exhausto, moribundo y confundido. El torero hace entonces las suertes con el capote, rojo no porque este color excite al animal, que es ciego a los colores, sino para que no se note la sangre que salpica. En otras ocasiones, se torea a caballo. El rejoneador coloca las banderillas en el toro, y al final, el toro será muerto por el rejoneador, ya sea a pie o a caballo, usando una especie de lanza llamada "rejoneador de la muerte." La suerte de los caballos utilizados es similar a la de los caballos de los picadores. Finalmente, se le da la puntilla para intentar seccionar la médula espinal. Si la médula no es seccionada sino sólo dañada, el toro no está realmente muerto, sino con un cierto grado de parálisis y es arrastrado vivo y consciente. Para citar sólo un caso, en Murcia, en septiembre de 1979, el toro se levantó cuando era arrastrado. Aun en el caso de que la médula sea seccionada, la cabeza del toro queda sensible durante unos minutos, por lo que siente perfectamente el dolor al cortarle las orejas. En realidad, casi nunca llega el toro muerto al segundo acto de la carnicería, en la trastienda de la plaza donde no hacen falta lentejuelas para descuartizar.


http://www.apap-alcala.org/protec_animal/antitaurino.htm

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